Un logro inesperado
La sociedad internacional siempre ha estado atenta a los descubrimientos y análisis que se producen en las más minuciosas y complejas discusiones de la ciencia físico natural; es por ello que estas, en algún punto a lo largo y a lo ancho de las controversias científicas, tienen implicaciones en la formulación de la ley que plasmará los acuerdos alcanzados. Pero, no debemos olvidar que las discusiones de la ciencia, tienen a su vez influencias políticas que la condicionan y muchas veces, en un panorama desfavorable, la detienen.
El derecho internacional se ha construido con enormes esfuerzos en la historia de la humanidad, como el conjunto de normas asociadas a la idea del bien común, tal y como la política, que intenta con fuerza recuperar su estatus perdido como una doctrina de la vida buena y justa. El derecho internacional es un fiel testigo de los consensos de intelectuales, gobernantes y poderosos, no obstante, para muchas y muchos sigue siendo el terreno más ambiguo marcado por la falta de una jurisdicción obligatoria entre el multidiverso conjunto de Estados.
El Acuerdo de París representa un resultado sin igual, para algunos inesperado, que puso de manifiesto los logros que la voluntad y coordinación internacional pueden llegar a alcanzar. Firmado inicialmente por el expresidente Barack Obama y su equipo de trabajo en septiembre de 2016,[1] un año después, el 1 de junio de 2017 el aún hoy presidente y a pocos días de dejar de serlo, Donald Trump, anunció la retirada de Estados Unidos, pero su salida solo se formalizó hasta el pasado 4 de noviembre de 2020, debido a las estrictas reglas del propio acuerdo para evitar que un futuro presidente de ese país, por ejemplo, quisiera salirse en algún momento.[2] [3]
La salida y el esperado retorno
Hay expectativas en todo el mundo nutridas por un cambio evidente que va, desde el extremo de Donald Trump al declarar que el cambio climático es un engaño y/o un concepto creado por los chinos[4], hasta cuatro años después con la promesa del presidente electo Joe Biden de volver a unirse al acuerdo internacional más importante de nuestros días en la materia, cuyo objetivo principal es: “[mantener] el aumento de la temperatura mundial en este siglo muy por debajo de los 2 grados centígrados por encima de los niveles preindustriales, y proseguir los esfuerzos para limitar aún más el aumento de la temperatura a 1,5 grados centígrados.”[5] Abordar el cambio climático fue en sí mismo un factor destacado en la elección a su favor.[6]

La salida de Estados Unidos, aún sin la presencia del segundo mayor emisor de dióxido de carbono (CO₂) del mundo después de China, no rompió el Tratado, que hoy tiene a 189 países que representan el 79% de las emisiones globales.[8] Sin embargo, ya hubo algunas consecuencias recientes.
Estados Unidos no pudo asistir a la pasada Cumbre de Ambición Climática (Climate Ambition Summit 2020) el pasado 12 de diciembre con motivo de celebración de los cinco años de adopción del Acuerdo de París, y como un paso importante en camino hacia la Conferencia de las Partes sobre el Cambio Climático de las Naciones Unidas (COP26), que será organizada por el Reino Unido el próximo noviembre en Glasgow.
En dicha reunión de líderes mundiales, por cierto, se hizo un claro énfasis, quizá derivado del temor a posibles especulaciones y negaciones al estilo Trump, en que el cambio climático que vivimos hoy es causado por los seres humanos, midiendo la temperatura global y de los océanos por más de un siglo y viendo que hay una clara tendencia ascendente; midiendo el CO₂ que está subiendo en la atmósfera y mostrando con isótopos que la mayor parte del carbono proviene de la quema de combustibles fósiles.[9]
Biden también señaló sus intenciones de organizar una cumbre extraordinaria sobre el clima, con la participación de las principales potencias del mundo, durante sus primeros cien días como presidente.[10] A diferencia de su antecesor el Protocolo de Kioto, que “estableció objetivos de reducción de emisiones legalmente vinculantes (así como sanciones por incumplimiento) solo para las naciones desarrolladas, el Acuerdo de París requiere que todos los países (ricos, pobres, desarrollados y en desarrollo) hagan su parte y reduzcan las emisiones de gases de efecto invernadero.”[11]
El Acuerdo de París ha incorporado categorías que distinguen a los países en función de sus objetivos de adaptación y mitigación, financiamiento y transparencia.[12] En un ambiente de flexibilidad, los países pueden establecer voluntariamente sus objetivos para la reducción de emisiones de CO₂, sin sanciones. A su vez, son guiados por la equidad y responsabilidades comunes, sin embargo, de manera diferenciada dependiendo de sus circunstancias nacionales.[13]
Estas características del Acuerdo han sido calificadas por muchos como soft law, que ha sido parte de los esquemas tradicionales del Derecho Internacional Ambiental, y que abre una renovada forma de gobernanza en donde las revisiones a las que los países se comprometieron cada cinco años, serán la herramienta sustancial para la evaluación de las acciones individuales y colectivas logradas.[14]
¿Es el primer presidente en Estados Unidos en retirarse de un acuerdo ambiental?
No. El expresidente republicano George W. Bush anunció en marzo de 2001 que no implementaría el Protocolo de Kioto, firmado inicialmente en 1997 por el expresidente Bill Clinton, -aunque este no fue ratificado por el Congreso- argumentando que el tratado eximía a países en desarrollo y generaría daños a la economía estadounidense. Señaló que no impondría controles sobre las emisiones de CO₂, contrario a sus promesas electorales de hacerlo, [15] aunado a sus intentos por quitar de la agenda política del país la crisis ambiental, e incluso, presionar a los científicos para minimizar el problema y que se adecuaran a su escepticismo sobre el cambio climático.[16]
Es entendible que haya un escepticismo a la capacidad de Joe Biden para retomar la agenda política ambiental global, es visible que la incredulidad se anteponga de la mano de la historia política de Estados Unidos en esta materia y de las inconsistencias propias de los acuerdos climáticos y ambientales, no obstante, con una firme declaración de intención, esta puede ser una oportunidad única para incidir en proyectos de financiamiento e innovación tecnológica que, hoy en día, están demostrando sus beneficios y por lo tanto su viabilidad para favorecer a la economía mundial, en aras de lograr la llamada Economía Verde señalada como la meta a perseguir, desde la Cumbre de la Tierra de Río de Janeiro en 1992.
A cinco años del Acuerdo, ¿cómo vamos y, qué se espera?
Estudios recientes muestran que la energía renovable, como la eólica y la solar, es ahora más barata que la energía de combustibles fósiles en buena parte del mundo, mientras que avances significativos como los vehículos eléctricos y el almacenamiento de baterías están aumentando su ritmo y por lo tanto incidiendo en los sectores de energía y transporte. [17]
De acuerdo con la principal publicación de la Agencia Internacional de Energía, el World Energy Outlook 2020, se estima que habrá hasta un 43% más de producción de energía solar para el año 2040, debido a recientes estudios que muestran que esta energía es entre un 20 a 50% más barata de lo antes pensado, aun cuando esto todavía no llega a significar que disminuya la demanda de gas y carbón en años futuros, para lo cual, será necesaria una acción política mucho más fuerte contra el calentamiento global.[18]

En medio de la agobiante tarea, podemos ver elementos prometedores en el panorama actual, como por ejemplo los compromisos de más de mil empresas en todo el mundo para adecuar su estructura a la des- carbonización y presentar informes de sus avances hacia el logro de los objetivos globales, y la declaración del presidente Xi Jinping de alcanzar la neutralidad de carbono para el año 2060. Actualmente “las empresas y los países inteligentes ven una ventaja competitiva para adelantarse a la curva”[20] de la economía des-carbonizada del futuro.
Parece que el primer paso que Joe Biden debe dar és el más sencillo, enviar una carta a los organismos de las Naciones Unidas anunciando su intención de reincorporarse al Acuerdo, y esperar treinta días para hacerlo oficial. Lo siguiente ya no es tan fácil y para varios expertos las acciones deben ser puntuales y prontas: 1) Presentar un compromiso climático nacional sólido antes de la cumbre climática de la ONU COP26, convocando a empresas, gobiernos locales e inversores a participar en conjunto; 2) Alinear su aportación al financiamiento en el Fondo Verde, el Fondo de Adaptación y el Fondo para el Medio Ambiente Mundial, como lo han hecho otros líderes mundiales, empezando por los $ 2 mil millones aún pendientes de la promesa hecha en 2014 por Barack Obama. Esto generaría beneficios a su economía, aumentando la demanda de exportaciones de tecnología limpia.[21]
Reflexiones finales. Cómo influye la crisis política en Estados Unidos y la Covid-19
El escenario político de Estados Unidos, inmerso de un Donald Trump más renuente que nunca a aceptar su derrota electoral sin pruebas en instancias judiciales para sostenerlo, y el insólito asalto al Capitolio del pasado seis de enero, deja tensiones políticas en el sistema democrático bipartidista hoy más analizado por el mundo, provocando una mayor divergencia entre la sociedad estadounidense, que aún vive las tensiones del movimiento Black Lives Matter y los contagios ascendentes del SARS-COV-2.
Por otra parte, desde inicios del 2020 la pandemia por la Covid-19 generó estragos en la demanda mundial de energía, sobre todo de fuentes fósiles, y este año 2021 se espera que siga generando disminuciones significativas. Las constantes medidas necesarias de confinamiento en varios países han sido un punto de observancia internacional en ese sentido. Pero el confinamiento, dicen expertos, sigue generando reducciones de CO₂ muy pequeñas, lo que nos muestra que los cambios en el comportamiento no son suficientes, y que estos deben acompañar a trasformaciones estructurales de producción profundas.[22]
Mientras la crisis política de Estados Unidos apenas permite ver sus peores consecuencias, y la incertidumbre se hace más grande cada día, las investigaciones para reducir el CO₂ mundial siguen su curso; sabiendo que entre las mayores concentraciones de gases de efecto invernadero se generan en el sector primario de la agricultura y la ganadería, algunos estudios revelan que la propagación de polvo de roca en las tierras destinadas a la actividad agrícola, podría absorber miles de millones de toneladas de dióxido de carbono del aire cada año, presentándolo como una reciente forma, a corto plazo, de eliminar el CO₂ de la atmósfera.[23]
Desde este momento tenemos casi diez meses para monitorear los avances de la administración Biden de reincorporarse al Acuerdo de París y, sobre todo, de ver si la actual división del partido republicano entre quienes siguen fieles a Trump y quienes ya no, logre significar oportunidades para la oposición demócrata, mientras que pueda contarse con el apoyo de la Cámara de Representantes y el Senado, para alcanzar su agenda política ambiental prometida.