Opinión
Karla Alvarado
Las mujeres en la ciberseguridad
- Resulta casi imposible pensar que las amenazas cibernéticas pueden ser generadas por mujeres y que éstas también pueden especializarse para combatirlas.
¿Qué piensas cuando escuchas la palabra hacker (pirata informátic@)? ¿Te viene a la mente un hombre encapuchado frente a una computadora? ¿Por qué es difícil imaginar a una mujer hacker? Culturalmente, la tecnología y las profesiones en el ámbito de las ingenierías y las ciencias de la computación se han masculinizado. Específicamente, el campo de la ciberseguridad se ha reservado notoriamente para los hombres, pues en primera instancia la seguridad se ha concebido como una responsabilidad del “sexo fuerte” para proteger al “sexo débil” que son las mujeres y otros grupos vulnerables, y estas prácticas patriarcales se han trasladado al ciberespacio.
Así, resulta casi imposible pensar que las amenazas cibernéticas pueden ser generadas por mujeres y que éstas también pueden especializarse para combatirlas. Empero, la maximización de la digitalización en el contexto de la pandemia ocasionada por la COVID-19, la "nueva normalidad" nos obliga a cambiar este pensamiento. Primero que nada, es preciso definir qué la ciberseguridad. Ésta se entiende como la protección de las infraestructuras y redes digitales que están en constante crecimiento. Todas las redes que conectan estos objetos crean el ciberespacio. En consecuencia, los ataques informáticos utilizan este espacio para alcanzar sus objetivos, y aunque el ciberespacio es un espacio sin fronteras concretas, las redes se basan en infraestructuras técnicas físicas que se sitúan en un territorio concreto: existe, por tanto, una dimensión de territorialidad. [1]
Particularmente, el tema de las mujeres en la ciberseguridad se puede entender desde varias aristas. Por un lado, está su inserción en este ámbito laboral, y por otro, el análisis de su concepción como objetivo fácil para los cibercriminales. En el segundo caso, el desarrollo desigual de infraestructura, la desinformación y el alcance intangible de lo que ocurre en el ciberespacio complejizan la protección de las usuarias que desconocen tanto el ámbito en el que se desenvuelven todos los días, particularmente desde su teléfono celular, como los riesgos intangibles a los que se exponen.
Si bien los esfuerzos para regular el ciberespacio se han acelerado, las condiciones de desigualdad de género sistémicas persisten en los procesos de políticas públicas en la materia. El Comité Interamericano contra el Terrorismo (CICTE) ha comprobado que las tecnologías digitales no son neutras, sino que, por el contrario, el género de las personas influye y condiciona el acceso, el uso que se le da a la internet y los riesgos que se viven en el ciberespacio. Consecuentemente, existen marcadas diferencias entre el tipo de ciberdelitos, abuso y violencia que se cometen en línea contra las mujeres en comparación con aquellos que afectan a los hombres, cuyas manifestaciones adoptan formas específicas y generan impactos diversos en función de su género. [2]
Esto pone en evidencia que las mujeres todavía están sub-representadas en la seguridad cibernética. Como una forma de contrarrestrar esta falta de representación, se necesita que más mujeres se involucren en el tema para abordar de manera objetiva* problemas como la violencia en línea, que es una de las manifestaciones más claras de la desigualdad de género en el ciberespacio. Dicho problema incrementa también la brecha digital que mujeres y niñas enfrentan, lo cual resulta las conlleva, entre tanto, a que se autocensuren o decidan mantener un perfil bajo en la internet por temor a que su privacidad o seguridad se vean vulneradas.
Con base en lo anterior, es menester presentar la ciberseguridad como una de esas nuevas industrias que debe evolucionar en la identificación y erradicación de las tendencias violentas desde una perspectiva de género. El hecho de que no se desarrolle ampliamente esta visión tiene que ver también con una cuestión cultural que tiene origen en “la construcción social de las desigualdades, en el reparto desigual de los papeles, en la difícil emancipación de las mujeres o en un cierto rechazo a la igualdad entre todos los individuos, independientemente de su sexo, su color de piel o su proveniencia.” [4] Si bien las mujeres somos cada vez más usuarias de la tecnología y de los medios de comunicación digitales, la brecha de género impide pensar que su aprovechamiento ha sido igual, y nos urge a evitar a toda costa la duplicidad de las estructuras violentas del mundo físico en los espacios cibernéticos.*
Asimismo, es necesario promover los esfuerzos para una mejor comprensión de las dinámicas que conforman la política y la práctica en este sector desde un punto de vista interseccional, ya que hablar de las mujeres de forma generalizada, difumina las desigualdades entre ellas. En este sentido, es preciso plantear preguntas como: ¿Qué mujeres tienen acceso a la tecnología?, ¿cuántas de ellas cuentan con un dispositivo móvil y de qué tipo?, ¿qué mujeres navegan con mayor frecuencia en internet y con qué propósitos?, ¿cuáles son los peligros que corren las mujeres al formar parte del ecosistema cibernético?, y ¿cuál es el papel de las mujeres en la formulación de políticas públicas sobre ciberseguridad? Podemos aseverar que no es lo mismo hablar de las mujeres en la ciberseguridad en Europa que en América Latina, pero tenemos que entender las razones de fondo de tales diferencias.
No obstante la necesidad implícita de la participación femenina interseccional, aun es difícil para las mujeres el incertarse en una profesión tan masculinizada. Como uno de los esfuerzos de mejora, las profesionistas internacionalistas debemos involucrarnos en el entendimiento y desarrollo multidisciplinario de este campo, con un énfasis particular en la región latinoamericana en donde las desigualdades ya existentes dificultan los esfuerzos para abordar los nuevos fenómenos que acarrea la era digital, discriminadora por naturaleza.