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Análisis

Renata Venero

Brecha salarial: las mujeres en el mundo del trabajo

- A lo largo de la historia, ha existido una evidente disparidad entre hombres y mujeres en cuanto a derechos, recursos y oportunidades.

Brecha salarial: las mujeres en el mundo del trabajo

A lo largo de la historia, ha existido una evidente disparidad entre hombres y mujeres en cuanto a derechos, recursos y oportunidades. Esto se conoce como brecha de género y se puede expresar en distintos campos, como el trabajo, la política o la educación.

En palabras del Doctor Pedro Jesús Jiménez Vargas, se puede definir la desigualdad de género o brecha de género como “un fenómeno social y cultural en donde no todas las personas de un grupo social o una comunidad pueden acceder a los mismos bienes, servicios y derechos, produciéndose un trato desigual y discriminatorio básicamente por razón de su género” (Torralba Carrasco, 2020, p.2)

Tras muchos años relegada a las tareas domésticas, las mujeres han podido incorporarse al mercado laboral desde el siglo XX. Aunque, se ha avanzado mucho en materia desde que comenzó a formar parte de la llamada “población activa”, todavía existe una importante desigualdad de género en el mercado laboral, representado por la diferencia de oportunidades, el estancamiento profesional y la brecha salarial.

En este escenario, en la mayoría de los países y los sectores económicos, las mujeres aún perciben menos ingresos económicos que los hombres. Lo que pone en manifiesto que la brecha salarial de género representa una de las mayores injusticias sociales en la actualidad. Por tal motivo, en el presente texto se analizará el caso de la brecha de género en el mercado laboral, específicamente, sobre la brecha salarial.

En un principio, es necesario hacer un breve recuento histórico sobre la evolución de la participación de la mujer en el escenario laboral. Cabe destacar que, la incorporación de las mujeres en mudo laboral es muy reciente y, a pesar de los grandes avances en materia, aún existe una gran diferencia entre géneros en las oportunidades, las horas trabajas, las condiciones y los ingresos percibidos.

Anteriormente, en muchas regiones del mundo, el rol tradicional que desempeñaban las mujeres era dedicarse al cuidado del hogar -limpiar la casa, criar de los hijos, ver por los enfermos o los mayores, etc.-, como tarea única y obligatorio, mientras que sus maridos, padres o hermanos realizaban el trabajo remunerado fuera de casa, permitiendo la subsistencia de las familias (Torralba Carrasco, 2020, p.2).

Con la Revolución Industrial, este rol tradicional cambió, las mujeres empezaron a incorporarse en el mundo laboral, pero sin quitar como tarea principal el cuidado de la casa, la familia y los hijos. Las condiciones en las que trabajaban las mujeres no eran las más óptimas, no tenían las mismas condiciones laborales, es decir, cobraban menos que los hombres y no tenían ningún derecho laboral (Fernández, Alba, 2018).

Lo anterior provocó el estallido de una lucha de las mujeres trabajadores, en muchos puntos del globo terráqueo, para conseguir mejores condiciones laborales, horarios definidos e igualdad con respecto a los demás trabajadores. Esta situación dio origen a muchos movimientos de mujeres para luchar por sus derechos básicos y que continúan hasta hoy en día.

A mediados del siglo pasado, el número de mujeres que trabajaban en las fábricas fue aumentando considerablemente, sobre todo, esto se incrementó aún más con el estallido de la Primera Guerra Mundial, y posteriormente la Segunda Guerra Mundial. Los conflictos bélicos supusieron un punto de inflexión, puesto que, los hombres tuvieron que ir a luchar, abandonando los puestos de trabajo. Lo que provocó una alta demanda de trabajadores en todos los sectores económicos, principalmente en la industria. Por esta razón los puestos de trabajo fueron rápidamente sustituidos por aquellas personas que quedaban en los territorios, las mujeres (Torralba Carrasco, 2020, p.3).

Después de la creación de las Naciones Unidas y la Declaración Universal de Derechos Humanos, se dio mayor interés en exponer y visibilizar, en numerosos convenios, tratados e informes, las fallas existentes en materia de derechos de la mujer, en específico, sobre las condiciones de desventaja por razones de género que enfrentan las mujeres en el mundo en los ámbitos económicos, políticos, sociales, culturales, etc.

Bajo este contexto, a pesar de que la representación de las mujeres cada vez es mayor en las esferas de la política, la educación o la economía, aún sigue existiendo una brecha de género. En ámbito económico las desigualdades existentes hacia las mujeres siguen siendo notorias teniendo como consecuencias negativas un buen desempeño de sus actividades y la percepción de ingresos bajos.

En el mundo las mujeres continúan teniendo menos posibilidades que los hombres de participar en el mercado laboral. En 2018, la tasa de participación económica registrada por la Organización Mundial de Trabajo (OIT), estimó que las mujeres representan un 27% de la fuerza laboral, mientras que los hombres el 73% (Organización Internacional del Trabajo, 2019, p.19). Esta situación se vio afectada con la pandemia por COVID-19. En los últimos tres años que van de pandemia las mujeres se han visto más afectadas en cuanto a pérdidas de empleos.

La Organización Mundial del Trabajo (OIT), estima que

Entre 2019 y 2021, en todo el mundo el empleo de las mujeres se redujo un 4.2%, lo que representa una pérdida de 54 millones de puestos de trabajo, mientras que el de los hombres se redujo un 3%, lo que equivalente a 60 millones de puestos de trabajo (2021, p.2)

Lo anterior se debe en gran medida al impacto de los confinamientos que afectaron a todos los sectores, unos más que otros, como el manufacturero y el de servicios, donde mayormente la representación es de mujeres, y donde a menudo estas trabajan en modalidades informales (Organización Internacional del Trabajo, 2021, p.2).

Aunado al estancamiento de la participación de las mujeres en el mercado el trabajo, antes y durante la pandemia, también se debe en gran medida porque las mujeres tienden a tener un acceso más limitado que los hombres a oportunidades de empleo de alta calidad, tienen más dificultad para acceder a puestos con mayor remuneración, ocupan menos puestos públicos y en ocasiones no tiene acceso a educación para desempeñar cargos profesionales por el hecho de ser mujer (El Orden Mundial, 2020).

En cierto modo esta situación se debe a aspectos como la carga desproporcionada del trabajo doméstico no remunerado, la incorporación de las mujeres en la economía parcial e informal, menos participación de mujeres en puestos altos, o la segregación profesional y educativa, entre otros aspectos.

Primero, el trabajo doméstico no remunerado, es una actividad que en muchas partes del mundo se sigue considerando como un rol de género que deben ser llevado a cabo por las mujeres de la familia. Aún en pleno siglo XXI, las mujeres realizan la mayoría de las tareas domésticas y la mayoría del trabajo de cuidados no remunerados, tanto para el hogar, como para los miembros de edad avanzada, los enfermos y los niños (Organización Internacional del Trabajo, 2019, p.20).

Asimismo, además de la distribución desigual de las horas de trabajo no remunerado en tareas de cuidado, se suma la falta de acceso a guarderías o la nula existencia de políticas públicas y de las empresas que tengan en cuenta las necesidades familiares, lo cual, impide el pleno desarrollo de las mujeres en sus puestos de trabajo y, en consecuencia, un impacto negativo en cuanto a su desempeño laboral a largo plazo (Organización Internacional del Trabajo, 2019, p. 20).

En segundo lugar, las condiciones desiguales entre hombres y mujeres han permeado en que las mujeres obtén por buscar empleos más flexibles, por medio de trabajos a tiempo parcial o, en muchas ocasiones, se ven obligadas a trabajar en la económica informal, donde pueden encontrar trabajos más flexibles en términos de horario y duración.

En el caso de los países con mayores ingresos económicos, las mujeres optan por empleos parciales por contar con menos tiempo para desempeñar una jordana laboral pagada completa, por aquellas horas que dedican a las tareas no remuneradas. Un ejemplo de lo anterior son los países de la Unión Europea, donde según datos de Eurostat de 2020, un tercio de las mujeres en la UE, es decir el 30%, trabajan a tiempo parcial, mientras que solo el 8% de los hombres lo hacen. En total, las mujeres acumulan más horas de trabajo por semana que los hombres, pero no son pagadas (Parlamento Europeo, 2022).

En otras regiones del mundo, según datos obtenidos del informe periódico de ONU Mujeres, El progreso de las Mujeres en el Mundo, se estima que alrededor del 75% de las mujeres que trabajan en todo el mundo lo hacen en el mercado informal, ya sea como vendedoras ambulantes, empleadas domésticas, trabajadoras de la agricultura, comerciantes de bienes y servicios, entre otros de carácter informal (ONU Mujeres,2015, p.79).

En el mismo informe de ONU Mujeres se observó que, por distribución regional, el porcentaje total de trabajos informales se encuentran en mayor cantidad en Asia meridional, con más del 80% de las mujeres con trabajo son en el sector informal; en África Subsahariana representan el 74% y en América Latina y el Caribe el 54% (ONU Mujeres,2015, p.14).

El trabajo informal de las mujeres implica que, en gran medida, carecen de una protección social que ofrecen las leyes laborales de cada país, así como de prestaciones, pensiones, seguros de salud o subsidios por enfermedad remunerado. De igual manera, en esta forma de trabajo las jornadas son diarias con horarios por encima de las 8 horas diarias, salarios muy bajos, inseguridad y riesgos a ser víctimas de otro tipo de discriminación o violación (ONU Mujeres,2015, p.14).

Tercero, la poca posibilidad que tienen las mujeres en acceder a puestos altos. Entre los estudios que dibujan esta situación, se encuentra la última investigación realizada por la Fundación de Estudios de Economía Aplicada (FEDEA), que concluyó que las mujeres ocupan sólo el 10 % de los cargos de alta dirección en las empresas (Carrillo, Nereida, 2017). En estos casos donde las mujeres logran ocupar estos puestos se ha observado que ganan un 31% menos por hora que los hombres en la misma posición (Parlamento Europeo, 2022).

En la misma línea, el estudio de ESADE «Gender Monitor» refleja que siete de cada diez directivas creen que las empresas dan trato de favor a los hombres en el ascenso a puestos de alta responsabilidad (Carrillo, Nereida, 2017). Por tal razón, mayoritariamente los puestos de alta dirección son ocupados por hombres.

El cuarto, y último, punto es la segregación profesional de las mujeres. A pesar de los avances en el acceso a la educación para las mujeres no se han traducido en una mejora comparable en su posición en el trabajo. En los niveles educativos en todo el mundo las mujeres han igualado o incluso superado a los de los hombres, pero esto no ha servido a reducir la brecha de género en el campo laboral (Organización Internacional del Trabajo, 2019, p.20).

De igual forma, en otro escenario, con mayor frecuencia las mujeres interrumpen su carrera profesional por cuestiones personales, en atender otras actividades como embarazos, enfermedades o cuestiones familias, teniendo un rezago en comparación con aquellos hombres que no tienen que parar en sus carreras profesionales o no hay situaciones que los obliguen a no especializarse continuamente (Secretaría Confederal de Mujer e Igualdad de CCOO, 2015).

En general, todo lo anterior demuestra que existe una notoria situación laboral desigual entre mujeres y hombres, que tiene un efecto directo sobre los niveles de remuneración que perciben las mujeres, lo cual, se conoce como Brecha Salarial de Género.

Los organismos internacionales encargados de calcular la brecha salarial de género a nivel mundial y regional, utilizan la brecha salarial de género como un indicador de la desigualdad de género en el mundo del trabajo y también, con frecuencia, para supervisar el progreso hacia la igualdad de género a escala nacional o internacional (Organización Internacional del Trabajo, 2019, p.vi).

La brecha salarial es percibida como la diferencia existente entre los salarios percibidos por mujeres y hombres, calculada sobre la base de diferencia media entre los ingresos brutos por hora de todos los trabajos y se refiere a los empleados de tiempo completo, por un lado, y a los autónomos, por otro (Oficina de Publicaciones de la Unión Europea, 2014).

Según datos de la OIT, en todo el mundo, la brecha salarial se ha mantenido en el mismo nivel que en el 2018, en una media del 20% sobre la diferencia del salario que reciben los hombres y las mujeres. Asimismo, se observa que, a pesar de que, desde el 2013 se ha desarrollado un incremento considerable en los salarios de las mujeres en el mundo, esta diferencia se sigue manteniendo. El estudio destaca que el crecimiento de los sueldos pasó de un 2.4% en 2016 a un 1.8 % durante 2017 (Naciones Unidas, 2018).

La brecha de género en las remuneraciones sigue siendo amplia y persistente, además de ser generalizada. En todo el mundo, las mujeres tienen una mayor probabilidad de general menores ingresos económicas por cuestiones de género. En los casos de las mujeres de color, las mujeres inmigrantes, las madres, o que pertenezcan a otro grupo vulnerable la brecha es aún mayor. Se estima que, en todo el mundo, las mujeres ganan 77 centavos por cada dólar que gana un hombre (ONU Mujeres, 2017).

Esta problemática constituye a una situación tan compleja en la que intervienen muchas cuestiones, como las mencionadas anteriormente, que suelen estas interrelacionadas y se expresan en una notoria discriminación hacia las mujeres, donde se suele infravalorar su trabajo realizado, o simplemente, no se les da la oportunidad de realizarlo.

Como consecuencia a largo plazo de esta situación, las mujeres tienen mayor probabilidad de tener pobreza en la tercera edad. Esto se debe a que la proporción desigual de los ingresos tiene como impacto, en principio, obtener menos ingresos a lo largo de su vida. Esto conduce a largo plazo, si es el caso, obtener pensiones más bajas o no generar pensiones para la vejez por cuestiones de ser parte del trabajo informal (Oficina de Publicaciones de la Unión Europea, 2014).

La OIT ha mencionado en sus estimaciones sobre esta problemática que, para que haya equidad de remuneraciones, el salario entre hombres y mujeres debiera ser igual para igual trabajo realizado, pero además debe ser igual, aunque sean trabajos completamente distintos, si este es de igual valor, medidos con criterios comunes y objetivos, confrontando lo que denomina segmentación horizontal en el mercado del trabajo, que en la práctica se manifiesta en que algunos trabajos concentran a mujeres en tanto otros concentran a hombres, según parámetros de diferenciación sexual del trabajo (Aguayo Ormeño, 2020).

Resolver la desigualdad en ingresos económicos se traduciría en una vía por la cual se podría ayudar a cambiar estereotipos sobre las aspiraciones, preferencias, capacidades de las mujeres para llevar a cabo determinados trabajos. También, aumentar la capacidad de las empresas para atraer y retener a los mejores trabajadores y trabajadoras.

Además de, en la vida de las mujeres lograría aumentar las pensiones de las mujeres y reducir el riesgo de pobreza durante la vejez o hacer que las mujeres sean menos vulnerables a la posibilidad de caer en la pobreza. Asimismo, la probabilidad de que los hogares con ingresos bajos, aquellos sustentados por mujeres, caigan en la pobreza o permanezcan en ella (Secretaría Confederal de Mujer e Igualdad de CCOO, 2015).


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