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Análisis

Christian Alonso

El valor de la vida. La agonía de los sistemas de salud en tiempos de crisis.

- Un enemigo silencioso, pero mortal ha quebrantado la cotidianidad de la vida en sociedad. Obligándonos a recluirnos en la «seguridad» de nuestros hogares, sin una fecha exacta que ponga fin a esta apocalíptica distopía.

El valor de la vida. La agonía de los sistemas de salud en tiempos de crisis.

Hoy día la incertidumbre se apodera de cada uno de los habitantes del globo terráqueo. Un enemigo silencioso, pero mortal ha quebrantado la cotidianidad de la vida en sociedad. Obligándonos a recluirnos en la «seguridad» de nuestros hogares, sin una fecha exacta que ponga fin a esta apocalíptica distopía. El SARS-CoV-2, originado en la provincia de Wuhan, China, ha sobrepasado ya cualquier frontera entre países. No ha distinguido estratos sociales, género o edad. Se ha insertado en lo profundo de los cuerpos y las mentes y a puesto en entredicho la pronta acción de los gobiernos a nivel mundial.

A pesar de que la tasa de mortalidad del virus es relativamente baja en comparación con otras enfermedades existentes, a la fecha ha cobrado más de 50 mil vidas en todo el mundo. Lo que en realidad preocupa a las autoridades sanitarias es su capacidad de propagación, la cual se sabe es tres veces mayor que la de la gripe común. Medidas como el aislamiento social y el lavado intensivo de manos son prácticas que los gobiernos recomiendan para frenar el avance de virus.

El Coronavirus, como se le conoce coloquialmente, no solo demostró la fragilidad de los seres humanos ante una pandemia, sino también las deficiencias existentes en los sistemas de salud. A tan solo cuatro meses del primer caso registrado, la capacidad del sistema sanitario en países como España, Estados Unidos e Italia, por mencionar algunos, ha colapsado. Hoy, con mas de un millón de infectados a nivel mundial, diversos expertos replantean la verosimilitud de un sistema de salud universal para sus respectivos países.

É il panico. El declive del sistema de salud italiano.

El virus irrumpió en la vida cotidiana de los italianos a finales de enero. Semanas más tarde diversos medios internacionales replicaban una y otra vez lo que para muchos representaba un peligro inminente para el resto de Europa. Las regiones de Lombardía y Emilia Romaña se encontraban ante una situación de emergencia. El virus se había replegado, y lo que parecía ser un problema local para China, rápidamente se había transformado en el inicio de una cruenta batalla para toda Italia. Las medidas de prevención y confinamiento tardaron en llegar. El número de contagios crecía exponencialmente a diario, así también el número de muertos. Ocho días después de que los primeros casos de COVID-19 en el país se confirmaran, el número de contagiados en el norte de Italia ascendió de 20 a 1128.

Como era de esperarse el sistema de salud público comenzó a pender de un hilo. Día con día se acrecentaba el número de personas contagiadas y, con esto, el número de personas que necesitaba atención médica inmediata. Las jornadas para el personal de salud comenzaron a ser exhaustivas. Los insumos comenzaron a escasear e Italia superaba día con día el número total de muertos. Pronto, el epicentro de la pandemia dejó de ser aquella región China y se transportó a lo profundo de los pulmones del país del Tiber.

El colapso del sistema de salud en Italia sorprendió a muchos. El país mediterráneo se encuentra catalogado, según el informe Bloomberg, como el cuarto a nivel mundial en cuestiones de eficiencia sanitaria. Sin embargo, el verdadero problema radicó en la sobrecarga al cuál se vio sometido. Las unidades de cuidados intensivos superaron su capacidad de reacción oportuna, tanto que se hablaba ya de la posibilidad de elegir entre pacientes que pudieran ser curados y aquellos que no. Como toda problemática, existe una respuesta que explica lo acontecido.

Desde finales de 2010 el Sistema de Salud Pública en Italia sufrió un recorte de aproximadamente 37 mil millones de euros. Esto se vio reflejado en la disminución de las Unidades de Cuidados Intensivos (UCI) así como el número de médicos generales en todo el país. El recorte de igual manera afectó a los departamentos de urgencias, los cuales se redujeron un 14% desde la fecha mencionada. Las ambulancias y equipo médico sufrieron un peor descalabro, las tipo A fueron reducidas un 4%, mientras que las tipo B lo hicieron en poco más del 50%. En cifras totales, en siete años hubo una reducción de 32,777 camas en el sector público. En comparación, el sector privado sufrió un recorte de apenas 4,335 camas durante el mismo periodo.

«No tenemos camas gratuitas en las unidades de cuidados intensivos» Lorenzo Casani, Time.

La vejez ha sido uno de los factores fundamentales para que la cifra de muertos en Italia ascienda de manera abrupta. El país concentra la segunda población más vieja del mundo, únicamente superado por Japón. A esto se debe añadir otro factor fundamental que ha impedido disminuir la cantidad de decesos, la pobreza. A pesar de ser la economía número 10 a nivel mundial, el 6% de los italianos vive en condiciones de pobreza extrema, a esto hay que añadir que cerca del 32% de los inmigrantes asentados en el país viven bajo las mismas condiciones.

El coronavirus no distingue entre estratos sociales, el acceso a la salud y a la atención médica básica, sí. Para un ciudadano promedio el costo por atención médica ronda los 1,900 euros, tomando en cuenta que existe un ingreso básico mensual. Para personas mayores e inmigrantes este «derecho» es prácticamente inexistente. El control de los cuerpos, al más puro estilo de Foucault, no deja de hacerse presente aún en tiempos de crisis.

El ocaso de la generación del dolor.

En España el luto se acrecienta día con día. La generación del dolor, aquella nacida en medio de una guerra, pierde la lucha en contra de un enemigo invisible y parte de este mundo en medio de una pandemia. Unos 600,000 profesionales de la salud combaten a diario contra un virus que parece no ceder. Esta guerra ha cobrado ya la vida de más de 9,000 personas y ha ocupado el cuerpo de poco más de 100,000 en el país ibérico.

Las cifras son abrumadoras, la ausencia de pruebas ha dejado fuera del conteo a un gran número de decesos y los hospitales públicos se ven superados en su capacidad. El Sistema de Salud español se posiciona en la tercera posición de eficiencia a nivel mundial, únicamente superado por Hong Kong y Singapur. A pesar de ello, el personal sanitario de primera línea se ve obligado a improvisar batas de protección con sábanas quirúrgicas o a reutilizar mascarillas que, en un principio, solían ser desechables.

Para ser honestos, ningún país en el mundo se encontraba preparado para afrontar una pandemia de tal magnitud. Sin embargo, algunos expertos asocian esta crisis con los recortes de salud realizados durante los últimos años. Según datos de la OCDE, España es el cuarto país que más ha recortado en su sistema sanitario desde el 2009. Esto ha ocasionado un gran impacto que, al día de hoy, se visualiza con mayor claridad.

En el capitalismo el lucro es una constante. La salud es primordial, las grandes empresas lo saben y por ello han puesto un valor intrínseco a la misma. En Madrid, por ejemplo, se han vendido hospitales públicos a las multinacionales. Éstas imponen sus condiciones y distinguen entre quienes pueden o no pagar. Hoy, el sector privado tiene el control de la sanidad madrileña, mientras miles luchan por acceder a servicios básicos de salud.

«¡Es una crisis!», los noticieros locales lo anuncian día y noche. Las personas se encuentran confinadas porque tienen miedo. No del virus, aseguran algunos, sino del endeudamiento que supondría enfermar a causa de este. Desde el inicio de la epidemia se han perdido 900,000 empleos y algunos miles más penden de un hilo. El confinamiento resulta ser una opción poco viable para quienes carecen de recursos suficientes. Enfermar a causa del nuevo virus resulta un lujo en una España que atraviesa días oscuros.

Medicare for all (a few). La crisis hospitalaria en EE. UU.

En las últimas semanas la moral estadounidense ha caído por completo. Ésta es sostenida únicamente por los miles de trabajadores del sector salud que día con día luchan contra un enemigo imparable. Al día de hoy Estados Unidos se ha convertido en el epicentro de la pandemia y, lo que se creía imposible, ha sucedido. El país norteamericano concentra ya casi un 1/4 del total de infectados en todo el mundo. A la fecha son más de 300,000 las personas que han contraído el virus y aproximadamente 9,550 las que han perdido la vida a causa del mismo. A pesar de la tragedia, la élite política se encuentra ausente. La tan aclamada reelección de Donald Trump pende de un hilo y cada día es más notorio que la crisis hospitalaria en Estados Unidos es una verdad incómoda y dolorosa.

Si bien es cierto que la actual situación ha develado diversos problemas en los sistemas de salud alrededor del mundo, lo ocurrido en Estados Unidos no es algo nuevo. Durante años, muchos expertos han expuesto la necesidad de un sistema de salud universal al cual todos los ciudadanos tengan acceso. El consenso para la creación de una política sanitaria concreta no llega. Los opositores pregonan la insostenibilidad del modelo, mientras miles de estadounidenses se encuentran desamparados.

Lo curioso de todo esto es que, a nivel mundial, Estados Unidos es el país que más invierte en salud. Destina cerca del 17% de su PIB a este rubro, mucho más que Suecia, Suiza y Francia. Sin embargo, el Estado únicamente aporta el 48% de todo lo que se invierte en salud, posicionando así al país norteamericano en la posición 117 a nivel mundial. Como consecuencia, la salud resulta un lujo enorme en un país en donde habitan poco más de 30 millones de pobres.

El punto clave de esta problemática es que los servicios de salud, en gran parte, son prestados por el sector privado. Las aseguradoras comerciales desempeñan una importante función en el financiamiento de la asistencia sanitaria y son muy pocos los ciudadanos que cuentan con un seguro médico eficiente. El gasto sanitario per cápita en Estados Unidos rebasa los 9.000 dólares al año. Para muchos ciudadanos el acudir a una consulta especializada o tratar alguna enfermedad degenerativa conlleva un endeudamiento insostenible.

«El 44% de los trabajadores en EEUU (más de 53 millones) reciben bajos salarios, una media de algo menos de 18,000 dólares al año, que no les son suficientes para proveer una seguridad económica». Brookings Institution.

La precariedad laboral ha sido una constante durante la actual administración. La gran mayoría de los trabajadores no cuentan con «sick leave», es decir, en caso de enfermar y ausentarse de su empleo, estos no reciben ningún salario o ayuda por enfermedad. Dichas condiciones han ocasionado que una gran cantidad de portadores del COVID-19 continúe laborando, mientras la curva de contagios incrementa exponencialmente.

Pocas han sido las políticas públicas implementadas para combatir esta problemática. La de mayor renombre es sin duda la Affordable Care Act, u Obamacare, como se le conoce coloquialmente. Su aplicación marcó un hito para que diversos sectores de la población accedieran a los servicios de salud, sin embargo, a pesar de su amplia promoción, ésta no fue suficiente para contrarrestar los problemas estructurales del sistema de salud estadounidense. La Obamacare únicamente contemplaba que los ciudadanos pudieran acceder a una cobertura financiera vía un seguro médico provisto, mayoritariamente, por una empresa privada. Con la única diferencia de reducir costos en el acceso a este servicio. En términos más simples, los ciudadanos continuaban pagando por un derecho que supondría ser fundamental.

Actualmente, cerca del 30% de ciudadanos estadounidenses no tienen acceso a los servicios sanitarios y otros 27 millones tienen una cobertura insuficiente. Las cifras parecen alarmantes, y en realidad lo son, no obstante, estas cifras no muestran la realidad que viven millones de inmigrantes indocumentados que radican en el país. Para ellos, la posibilidad de atender una emergencia sanitaria, como la que se vive actualmente, es prácticamente imposible.

Dos cosas caracterizan a Donald Trump; la incredulidad y el ferviente deseo de demostrar al mundo la fuerza bélica de Estados Unidos. Esto a tal grado que, durante su administración, se recortó un 20% a los Programas Federales para Urgencias Infecciosas, se eliminó la unidad de pandemias dentro del Consejo de Seguridad Nacional y se invirtieron más fondos a la armada. Hoy, que el virus ha cobrado fuerza, el presidente norteamericano recurre a la vieja retórica del engaño. Miente al decirse preocupado por la situación de ese 30% de ciudadanos que no cuentan con acceso a la salud. Afirma que expandirá el Medicare a ciudadanos sin seguro médico. Una propuesta poco creíble para un individuo que ha expuesto al máximo su deseo de eliminar el Obamacare, sin importar las afectaciones que esto conlleve a su población. ¿Estrategia política para afianzar la reelección?

La atención médica supone un «derecho universal», esta se debería priorizar por encima de los intereses de las grandes compañías privadas. No obstante, como ya lo he remarcado, en el capitalismo el lucro predomina antes que el bienestar. La creación de un sistema de salud universal supondría la muerte de las grandes aseguradoras. Implicaría pérdidas millonarias para las grandes farmacéuticas y se interpondría en una cadena de negocio en donde participan grandes políticos. A pesar de las dificultades y las trabas que ello conlleva hay quienes continúan defendiendo esta posibilidad a toda costa.

Bernie Sanders, contendiente electoral para la Presidencia, ha abogado durante toda su campaña por la creación de un sistema de salud gratuito y para todos. Bajo el lema de «Medicare for all», Sanders abrió la posibilidad de imaginar una sociedad más justa en donde los derechos de cada individuo prevalezcan por encima del dinero. Una sociedad en donde no se niegue la atención médica solo por no contar con los medios suficientes para financiarla. Tal idea de solidaridad cada vez queda enmarcada únicamente en una especie de utopía difícil de llevar a la práctica.

Los comicios electorales están a la vuelta de la esquina. Sanders pierde cada vez más la oportunidad de contender por la Presidencia del país, con él, también se pierde la posibilidad de llevar a cabo el imaginario socialista en Estados Unidos. Puede ser Biden o nuevamente Trump quienes gestionen al país durante los próximos cuatro años, sin embargo, en tiempos de crisis, la ciudadanía norteamericana debería replantear nuevamente si el sistema establecido es suficiente. No obstante, ante una de las peores crisis sanitarias del país, poco se piense acerca del porvenir político. Después de la tormenta. El devenir de la reconfiguración mundial post-crisis.

Muchos teóricos especulan acerca de cómo se reconfigurará el mundo posterior a la crisis. Algunos asumen que la pandemia marcará el final del sistema económico predominante, otros, por el contrario, afirman que éste se fortalecerá. Siendo honestos las probabilidades de esto último resultan ser mayores. En palabras de Franco «Bifo» Berardi:

«El nuevo coronavirus ya ha afectado a la economía global, pero no detendrá la circulación y la acumulación de capital. En todo caso, pronto nacerá una forma más peligrosa de capitalismo, que contará con un mayor control y una mayor purificación de las poblaciones». Crónica de la psicodeflación, 19 de marzo de 2020

La adaptabilidad del gran capital ante las crisis es inmensa. Hoy, por mucho que se especule y se abogue por la creación de un nuevo modelo económico solidario las condiciones para que esto suceda son inexistentes. Cada individuo alrededor del globo terráqueo se encuentra inmerso en este sistema. Millones de trabajos, servicios y demás se encuentran asociadas al funcionamiento del capitalismo. Tal y como remarca Berardi, es posible que posterior a esta crisis se desarrolle un hiper capitalismo dependiente del Estado. Los discursos políticos abogaran por la segregación y el confinamiento como medidas permanentes de protección. El número de desempleados seguirá creciendo y el miedo a nuevas pandemias nos mantendrán en un estado constante de alarma. Si existe un cambio, quizá no queramos conocerlo.

Hoy resulta difícil pensar en cuándo y cómo acabará la pandemia. El estrés y el miedo que genera visualizar las repercusiones futuras es inmenso, sin embargo, si de algo podemos estar seguros es que todo, absolutamente todo, tiene un fin. Según datos de la OMS, entre el 70% y el 80% de la población mundial contraerá el virus en algún punto del año, se suscitarán más brotes en diversas temporadas y, posteriormente, cuando el virus no pueda propagarse más, éste quedará inmerso en la cotidianidad. La vida, para muchos, regresará a su normalidad. Para quienes perdieron a un ser querido a causa del virus, quedará marcada para siempre.

Si hay algo positivo que se pueda rescatar de todo esto es la posibilidad de que la sociedad mundial se vuelva más solidaria. Que repiense sus privilegios, sus necesidades, sus carencias y comience a practicar un sistema de mayor equidad. Que forme cadenas de consumo responsables y que abogue por la repartición de la riqueza entre cada individuo. Solamente así, cuando la sociedad haya entendido el concepto primordial de solidaridad, se podrá dar paso a la creación de nuevos sistemas económicos incluyentes y sostenibles.

Mientras esto ocurre, o no, resta mantener la esperanza activa. Seguir con nuestra responsabilidad social al no salir de casa y valorar a diario la lucha constante que el personal médico lleva a cabo. De igual manera, pensar en aquellos que no pueden permanecer en sus casas como una consecuencia de nuestras condiciones estructurales de vida y seguir trabajando para que estas sean erradicadas.

Fuentes

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Alonso, Christian. “El valor de la vida. La agonía de los sistemas de salud en tiempos de crisis..” CEMERI, 5 sept. 2022, https://cemeri.org/art/a-sistemas-de-salud-crisis-gt.