En el panorama internacional, la diplomacia es el medio por el cual los Estados soberanos, a través de la negociación pacífica, defienden sus intereses y alcanzan sus objetivos de política exterior. En el marco de la guerra entre Rusia y Ucrania, la diplomacia ha demostrado sus alcances y límites, pero en este contexto de emergencia internacional, se ha mantenido como el mecanismo principal para el acercamiento y conciliación de intereses entre Estados.

El conflicto ruso-ucraniano no solo ha creado un panorama de incertidumbre, sino que también ha representado un área de oportunidad para ciertos Estados que han emprendido acciones diplomáticas para satisfacer sus intereses nacionales y reducir los efectos de la guerra al interior de sus países. Uno de los casos ejemplares es la diplomacia de la República de Turquía, actor que ha aprovechado su posición “como el país europeo más oriental y asiático más occidental”, para asegurar beneficios en diferentes frentes, guiado por su doctrina de "profundidad estratégica".

El marco actual la política exterior de Turquía se enmarca con el ascenso del Partido de la Justicia y el Desarrollo (AKP por sus siglas en turco) en 2002, lo llevó a institucionalizar las ideas del doctor en Relaciones Internacionales y Ciencias Políticas, Ahmet Davutoglu. Ministro de Relaciones Exteriores (2009-2014) y 28º Primer Ministro de Turquía (2014-2016), en su libro La profundidad estratégica: la posición y el papel de Turquía en la escena internacional (2001), Davutoglu aseveró que el país debía ampliar su rol en el escenario internacional y no solo limitarse a ser el puente entre el Oriente islámico y Occidente, principio que había limitado a Turquía enfocarse por mantener relaciones estables con la Unión Europea y Estados Unidos.

La proximidad que tiene con otras regiones, así como su experiencia histórica y relación cultural con territorios que pertenecieron o que tuvieron lazos con el Imperio Otomano, tales como el Cáucaso Menor, Asia Central, los Balcanes, Asia Occidental y Europa Occidental, convierten a Turquía, según Davutoglu, en un actor central en la geopolítica global. Por ello, su misión consiste en involucrarse activamente en la mediación y resolución de conflictos, para obtener beneficios económicos y políticos, así como de evitar confrontaciones con los demás Estados bajo el lema “cero problemas con los vecinos” [1].

A su vez, la política exterior de Turquía fue fuertemente influenciada por el término “swing states” de la academia estadounidense, la cual identifica a estos como países poseedores de “economías en crecimiento, gobiernos democráticos y una posición geográfica estratégica en diferentes regiones” [2]; y “que no han aceptado ni rechazado ciertos aspectos del orden global vigente” establecido luego del fin de la Segunda Guerra Mundial [3]. A partir de esto, Turquía se encuentra dentro de estos parámetros, ya que representa un referente político en las regiones vecinas, además de ser un Estado que ha consolidado activamente un papel determinante en diversas organizaciones y foros a nivel global, en especial por sus iniciativas de mediación y resolución de conflictos.

Con base en lo anterior, en el desarrollo de la “operación militar especial” de Rusia en Ucrania, Turquía ha ejercido su doctrina de “profundidad estratégica” para fungir como mediador de las negociaciones entre Sergey Lavrov de Rusia y Dimitro Kuleba de Ucrania; se posicionó como un actor determinante en el proceso de adhesión de Finlandia y Suecia en la Alianza Atlántica; y participó en reuniones de alto nivel con líderes estratégicos como Vladimir Putin, presidente de la Federación Rusa, y Ebrahim Raisi, presidente de la República Islámica de Irán, para resolver la cuestión de la crisis alimentaria y ampliar su estrategia de seguridad regional.

Turquía en el frente de la Alianza Atlántica

En 1952, los doce países fundadores de la Organización del Tratado del Atlántico Norte (OTAN), aprobaron la adhesión de Turquía a la alianza. Su incorporación representó un acontecimiento coyuntural para la geoestrategia occidental en el flanco sur durante la Guerra Fría. Además, sus capacidades aéreas, terrestres y marítimas hicieron de Turquía la segunda fuerza más grande de la organización. Actualmente, Turquía se mantiene entre los cinco principales contribuyentes a las operaciones de la OTAN, extendiendo su participación en Afganistán, el Mar Negro, Asia Occidental y el Mediterráneo [4]; y es uno de los ocho principales contribuyentes al presupuesto de la Alianza Atlántica [5].

Como consecuencia de la inseguridad provocada por la invasión rusa en Ucrania, Suecia y Finlandia solicitaron su adhesión al Tratado de Washington en mayo de 2022, con el fin de asegurar un esquema de defensa colectiva con capacidad de disuasión y contención de posibles agresiones rusas. Por su parte, la OTAN se vería beneficiada con la adhesión estratégica de Finlandia, la cual comparte 1,340 kilómetros de frontera con la Federación Rusa, y con el fin de obstaculizar las logísticas rusas en el Mar Báltico, el Mar Blanco, y el Mar de Barents [6].

Sin embargo, Recep Tayyip Erdogan, presidente de Turquía, objetó la inclusión de ambos países a la Organización, y exigió que dejaran de dar refugio a militantes kurdos del Partido de los Trabajadores del Kurdistán (PKK por sus siglas en turco), el cual es considerado terrorista por la Unión Europea, Estados Unidos y Turquía [7], y que es una de las principales amenazas a la seguridad nacional del país euroasiático. Esta decisión comprometía el interés de la OTAN de ampliar sus fronteras hacia Rusia, por lo que Suecia y Finlandia se vieron en la necesidad de negociar con Turquía para llegar a un acuerdo en el que ambas partes fueran beneficiadas.

En la Cumbre de la OTAN 2022, celebrada en Madrid, Suecia y Finlandia cedieron a las exigencias de Recep Tayyip Erdogan, y establecieron un acuerdo en el que Suecia se comprometería a gestionar las solicitudes turcas de extradición de los presuntos miembros del PKK y que ambos países levantarían las restricciones impuestas a la venta de armas a Turquía, las cuales fueron establecidas por su incursión armada en Siria en 2019 [8]. El secretario general de la OTAN, Jens Stoltenberg, se mostró a favor de este acuerdo; en sus palabras: “aborda las preocupaciones de Turquía, incluyendo las relacionadas con la exportación de armas y la lucha contra el terrorismo” [9]. Es importante resaltar que Stoltenberg prioriza los objetivos de Turquía en su declaración, lo que demuestra su postura estratégica para la OTAN en este contexto.

En el frente de la Alianza Atlántica, Turquía demostró su posición de “swing state”. Erdogan, quien estableció una postura contraria a la de la Alianza Atlántica, utilizó el requerimiento de unanimidad entre los miembros de la OTAN como una palanca de negociación para exponer ante la comunidad internacional que los países noratlánticos encubrían miembros del PKK, además de presionar a Helsinki y Estocolmo de extraditarlos a cambio de su entrada a la Organización. Lo anterior posicionó a Turquía como actor central de la agenda de la Cumbre de Madrid y demostró el manejo pragmático y versátil de su membresía en la OTAN. Cabe añadir que al finalizar las negociaciones, la estrategia turca no se basó en un esquema de suma cero, sino en conciliar los intereses de las partes involucradas (Suecia, Finlandia y la OTAN), a partir de sus intereses nacionales.

La diplomacia con Rusia e Irán

La versatilidad de la “profundidad estratégica” turca ha priorizado una política exterior activa en el frente del Este, principalmente en Asia Occidental y el Cáucaso Menor, las cuales están estrechamente relacionadas con el legado histórico del país y que son de suma importancia para el neotomanismo de Davutoglu.

Relaciones con países de Asia Occidental como la República Islámica de Irán, la República Árabe Siria y la República de Irak, han evolucionado positivamente desde el ascenso del AKP, con miras a atender la cuestión kurda, el terrorismo islámico y la migración regional [10]. Por otro lado, relaciones con Estados del Cáucaso Menor como la Federación Rusa, la República de Armenia y la República de Azerbaiyán, han cobrado relevancia en los últimos años, en especial por cuestiones energéticas, la presencia en el Mar Caspio y su presencia activa en conflictos regionales como la cuestión del Nagorno Karabaj entre Armenia y Azerbaiyán [11]. En el marco de la invasión rusa en Ucrania, dos actores destacan de los mencionados anteriormente: Rusia e Irán.

Las relaciones entre Turquía y Rusia, desde el ascenso del AKP, se han basado en estrechar las relaciones económicas y la asociación energética. En especial, la visita de Vladimir Putin en 2004 a Turquía representó un parteaguas para ambos países, los cuales establecieron acuerdos en materia de cooperación económica, militar y energética [12]. No obstante, sus relaciones se han definido por diversos desencuentros por el intento de Turquía de convertirse en una fuente energética alternativa para la Unión Europea (UE), y la lucha por el liderazgo político sobre el Cáucaso Menor [13]. A pesar de la competencia entre ambos países, la membresía de Turquía en la OTAN y la venta de drones turcos a fuerzas ucranianas en el desarrollo de la guerra, el rechazo de Turquía de imponer sanciones sobre Rusia ha llevado a que las relaciones entre Recep Tayyip Erdogan y Vladimir Putin sean cada vez más cercanas, además de convertir al presidente de Turquía en su mediador principal.

Por otro lado, basado en su renovado compromiso con el mundo musulmán, Turquía ha estrechado sus relaciones con Irán. Ambos Estados han colaborado en materia energética, a través de la compra y transporte de gas natural iraní a través de Turquía y el desarrollo de yacimientos de hidrocarburos iraníes por empresas turcas. Asimismo, Turquía ha fungido como mediador de las disputas del programa nuclear de iraní, reafirmando su postura en favor de la desnuclearización de la región y el uso de energía nuclear para fines pacíficos en el Consejo de Seguridad de las Naciones Unidas [14]. En materia de seguridad, tras los levantamientos sociales de la Primavera Árabe, Irán, Turquía y Rusia plantearon en 2017 el Proceso de Astaná, en el que reafirmaron su compromiso por mantener la integridad territorial de Siria, luchar contra el terrorismo islámico, promover el proceso del Comité Constitucional en Siria, además de solicitar a la ONU mayor apoyo humanitario para mitigar los efectos de la guerra civil [15].

Desde el estallido del conflicto en Ucrania, es importante destacar dos reuniones trilaterales que involucran a estos tres países: La reunión “Türkiye-FR-Ucrania” y la reunión de alto nivel entre Recep Tayyip Erdogan, Vladimir Putin y Ebrahim Raisi. Primeramente, la reunión trilateral entre Turquía, la Federación Rusa y Ucrania se celebró justo antes de la inauguración del Foro de Diplomacia de Antalya de 2022 [16]. A esta reunión atendieron los Ministros de Asuntos Exteriores de Rusia y Ucrania, Sergey Lavrov y Dimitro Kuleba respectivamente, quienes con la mediación del Ministro de Relaciones Exteriores de Turquía, Mevulut Cavusoglu, acordaron un alto al fuego de 12 horas para establecer corredores humanitarios y evacuar civiles. Lo anterior fue confirmado por el presidente de Ucrania, Volodimir Zelenski, quien aseguró que gracias a este cese al fuego fue posible evacuar a 35,000 personas [17]. Lo anterior representa un logro diplomático para Turquía, que otorgó prestigio a su política exterior humanitaria y por acercar a las partes enfrentadas en una mesa de negociación.

En contraste, la reunión celebrada en Teherán estuvo definida por una entremezcla de objetivos de la agenda turca: a) reducir el alza de precios de los alimentos por el bloqueo de cereales ucranianos, lo que ha azotado gravemente las regiones de África y Asia Occidental; y b) dar continuidad al Proceso de Astaná para mantener su presencia en Siria. Primeramente, Recep Tayyip Erdogan se reunió con Vladimir Putin para, además de reiterar la negociación de un acuerdo pacífico entre Rusia y Ucrania, solicitar el desbloqueo de las exportaciones de grano ucraniano a través del Mar Negro.

Esta petición resultó en el desbloqueo de estas exportaciones, así como de fertilizantes rusos a través del Mar Negro el 22 de julio, tres días después de la reunión en Teherán. El acuerdo, con una duración inicial de 120 días para abrir los puertos ucranianos de Odesa, Chernomorsk y Yuzhny, fue firmado por Antonio Guterres, Secretario General de la ONU; el ministro de defensa ruso, Serguéi Shoigu; y el ministro de infraestructura de Ucrania, Oleksander Kubrakov [18]. No obstante, esta petición por parte de Turquía no es desinteresada, sino que permite al país manejar un papel estratégico en el control del tráfico de cargamentos que cruzan el estrecho del Bósforo desde el Mar Negro.

En lo referente al Proceso de Astaná, la reunión entre los mandatarios sirvió como un contrapeso para evitar que Turquía realizara una operación militar al norte de Siria. Vladimir Putin y Ebrahim Raisi solicitaron a Recep Tayyip Erdogan evitar las operaciones militares. Asimismo, el líder supremo de Irán, el Gran Ayatollah Alí Khamenei, expresó que “cualquier tipo de ataque militar en el norte de Siria perjudicará definitivamente a Turquía, a Siria y a toda la región, y beneficiará a los terroristas” [19]. Como respuesta a los intereses de Turquía, los mandatarios realizaron una declaración conjunta en la que “rechazaban todos los intentos de crear nuevas realidades sobre el terreno con el pretexto de combatir el terrorismo, incluidas las iniciativas ilegítimas de autogobierno” [20].

Lo anterior, aunque no autorizó a Turquía realizar sus operaciones militares, reafirmó el compromiso de Rusia e Irán de mantener el statu quo territorial de Siria y obstaculizar la insurrección kurda. A su vez, los líderes acordaron continuar con el Procesó de Astaná, como medio para mantener su influencia en Siria, asegurar sus intereses y exigir a la comunidad internacional mayor apoyo en el conflicto sirio.

Conclusiones

A manera de conclusión, la proactividad de la diplomacia de Turquía lo ha convertido en un referente de la mediación y en un actor que aprovecha estos mecanismos para maximizar beneficios económicos y políticos. En la evolución de la crisis ruso-ucraniana, Turquía ha demostrado la versatilidad y pragmatismo de su doctrina de “profundidad estratégica” en los frentes del conflicto y ha alcanzado objetivos sustanciales para su seguridad nacional y para mantener su posición como actor central en el sistema internacional.

En el frente occidental, aprovechó su membresía en la OTAN, la búsqueda de Suecia y Finlandia de contener posibles amenazas rusas y el interés de la OTAN de ampliar su influencia hacia las fronteras de Rusia, con la finalidad de asegurar objetivos estratégicos de seguridad nacional como el compromiso de extradición de miembros del PKK y el levantamiento de las restricciones impuestas por Helsinki y Estocolmo a la venta de armas.

En el Este, Turquía fungió como mediador entre Rusia y Ucrania, en favor de salvaguardar el derecho internacional humanitario; logró la liberación los cargamentos de cereales ucranianos, asegurando su presencia estratégica en el Mar Negro, y llegó a acuerdos con Rusia e Irán para perpetuar su presencia en Siria y obstaculizar la autodeterminación de los grupos kurdos que amenazan su seguridad territorial. La diplomacia de Turquía ha demostrado que, en su participación como mediador y puente de resolución de conflictos, ha logrado conciliar partes involucradas, negociar acuerdos y velar por sus intereses en el desarrollo del conflicto.