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Análisis

Alejandro Hernández

¿La globalización? Llegó para quedarse

- La globalización se explica como un fenómeno que se expande más allá de la interacción comercial.

¿La globalización? Llegó para quedarse

Con la crisis financiera de 2008, gobiernos alrededor del mundo comenzaron a manifestar su preocupación sobre la globalización. Aunque la caída de Wall Street retumbó en algunos países más que en otros, sus consecuencias despertaron un debate sobre el tema. Hoy, la crisis sanitaria, económica y social del COVID-19 pone de nuevo en duda el proyecto global. Hay quienes consideran que el aislacionismo regresará con mayor fuerza y la desconfianza entre naciones será usual. En realidad, ocurrirá lo contrario.

El fenómeno mundial

El debate sobre la globalización en 2008 no se quedó en la sobremesa de los trabajadores o en las notas de los legisladores. Durante la última década se materializó en el Brexit, en la victoria de Donald Trump y en el surgimiento de líderes populistas y proteccionistas, como Modi en Asia y Bolsonaro en América Latina.[1] A pesar de esto, la interacción internacional, gracias en parte a la digitalización, se exacerbó en los últimos años. Con todo y desencuentros, se fortaleció la globalización.

Fuente: Elaboración propia con datos recuperados del Banco Mundial.

Actualmente, el coronavirus puso de rodillas a los Estados y revivió el escepticismo mundial. El COVID-19 dañó los lazos entre industrias asiáticas y empresas occidentales al detener la producción global y clausurar cadenas de negocio.[2] Pero la globalización es un fenómeno más amplio y profundo, por lo que no basta con frenar las industrias para eliminarla. Ésta se puede entender desde un punto de vista económico —libre intercambio de bienes y servicios entre países que pretende equiparar los precios—, desde una perspectiva política —interdependencia entre naciones—, social —migración, empleo, educación y programas de apoyo humanitario— o tecnológica —interacción en el ciberespacio.[3]

Consolidar esta globalización tiene resultados positivos, pero también negativos: los mecanismos para la equiparación de precios y bienes tienen consecuencias medioambientales, presentes desde la extracción de recursos naturales, manufactura, transportación, hasta su consumo y residuo. Sumado a ello, la integración económica, aunque ha permitido mayor crecimiento en múltiples países, ha incrementado la desigualdad —exacerbada por la pandemia— por falta de controles estatales, mínima rendición de cuentas de corporaciones trasnacionales y corrupción. Como explica el sociólogo y economista François Bourguignon:

con la globalización económica los países tuvieron la oportunidad de crecer y reducir la diferencia entre su productividad, capital e incluso educación. Pero debido a políticas ineficientes, así como al aprovechamiento de élites internacionales y abuso de gobiernos del factor mano de obra barata, se dio pie a la desigualdad…[4]

De estas características y efectos, la globalización se explica como un fenómeno que se expande más allá de la interacción comercial. Pero que, incluso en momentos de crisis, ha persistido.

La primera crisis: hambre, bienes e industrias

La Gran Hambruna Irlandesa de 1845 provocó la muerte de más de un millón de personas. Su impacto fue internacional ya que afectó al resto del continente europeo. Derrumbó industrias, creó déficits comerciales y empeoró las condiciones de los trabajadores. Fue en este contexto que Marx y Engels argumentaron en El Manifiesto Comunista que la integración global estaba conduciendo a una agitación política y social que terminaría fragmentando las relaciones entre Estados.[5] En efecto, la interdependencia y el descontento iniciaron protestas nacionalistas en Francia, Italia y Europa Central.

Contrario a la predicción de ambos autores, la globalización se hizo más profunda. La crisis obligó a los gobiernos a reducir aranceles, negociar acuerdos comerciales y permitir el tránsito de personas y alimentos. Francia fue ejemplo de ello cuando Napoleón III fortaleció la infraestructura del ferrocarril y promovió el libre flujo de mercancías. Eventualmente contó con ventaja comparativa sobre sus vecinos al tener acceso a bienes que no producía, además de vender grandes cantidades de lo que otros países carecían.[6]

El modelo de producción y exportación libre de aranceles tardó en convencer al resto de los países. Reino Unido, por ejemplo, no creía necesitar reformas a su modelo. Con la Gran Exposición Británica de 1851 buscó demostrar la superioridad inglesa, pero el resultado fue todo lo contrario. Los mejores inventos provenían de Prusia, Francia y EE.UU., quienes manejaban este modelo de intercambio intelectual y comercial.[7] Esto fue suficiente para motivar a los británicos a salir del rezago competitivo: en 1860 se firmó el Tratado comercial Cobden-Chevalier entre Reino Unido y Francia. También ante estas reformas se inspiraron proyectos para consolidar Estados en Italia y en Alemania. Al final, la opción era apertura y avance o hambruna y rezago.

Este crecimiento e interdependencia influyeron también en América y en Asia, aunque no libre de consecuencias. EE.UU. sufrió una guerra civil para llevar a cabo este nuevo proyecto de nación, ya que el sur no estaba dispuesto a abandonar la economía agrícola y esclavista.[8] Por su parte, Japón vivió la renovación Meiji, que implicó un cambio de modelo feudal a uno industrial para poder adaptarse a un mundo cada vez más globalizado.[9]

El comercio fue la vía que siguieron los Estados ante los retos del siglo XIX, el cual representaba 4.6% de la economía mundial en 1846, pero que creció a 8.9% para 1860. La integración global fue una forma de resolver retos económicos y si un país no se globalizaba, otros lo harían.

La segunda crisis: petróleo, capital e instituciones

Una vez que se fortalecieron de nuevo los Estados bajo este modelo, surgieron roces políticos y nuevas ideas proteccionistas. Al estar integrados, cualquier conflicto en el sistema podría romper el equilibrio logrado hasta entonces. Esto sucedió cuando, empoderados por una industria productiva y nuevas tecnologías, los Estados buscaron expandirse: el resultado fue la Primera y la Segunda Guerra Mundial, mismas que llevaron, una vez más, a la necesidad de cooperación, esta vez a través de instituciones internacionales.

A pesar de formarse en un sistema bipolar de Guerra Fría, las organizaciones internacionales tuvieron un papel globalizador. La ONU es claro ejemplo de ello, pero también el Banco Mundial, el FMI y la Comunidad Europea del Carbón y del Acero, precursora de la Unión Europea. Con tratados sobre controles nucleares, actividades marítimas y comercio, tales como el Acuerdo General sobre Aranceles Aduaneros y Comercio (GATT) —que evolucionó en la Organización Mundial del Comercio (OMC)— la globalización comenzó a tener ciertas reglas que mostraron la necesidad de adaptar el Derecho a un mundo interdependiente.

Con el establecimiento de una integración comercial, industrial e institucional, la siguiente crisis llevaría a una integración financiera. Debido a los shocks petroleros en la década de los setenta los países tomaron posturas proteccionistas: por ejemplo, Reino Unido promovió el consumo nacional y América Latina adoptó el modelo de industrialización por sustitución de importaciones (ISI). No obstante, el incremento en los precios del petróleo estuvo acompañado de una revolución financiera, misma que a través de bancos internacionales permitió transferir excedentes de los productores petroleros a fondos prestables. Esto generó una demanda renovada e incentivó que el comercio internacional fuera considerado una vez más como una alternativa para las economías en desarrollo, principalmente en Asia, en donde aprovecharon esta oportunidad para integrarse a la economía global.[10]

La respuesta a la crisis de los setenta fueron medidas proteccionistas que elevaron los precios de los productos. Eventualmente la solución fue el comercio. La conclusión de los 70s fue la misma que en el siglo XIX: la apertura genera oportunidad, resiliencia y crecimiento. En 1970 el comercio representaba 27% del PIB mundial, para 1980 creció a 37%. De estos momentos que se analizaron, se puede apreciar mayor alcance de la globalización. El coronavirus abrirá una vez más el debate y tendrá dos nuevos sectores: el espacio digital y la sociedad civil.

La tercera crisis: COVID, personas e información

Aunque no se trata de una crisis de demanda —como en 1840, 1929, 1970 o 2008—, la pandemia sí tiene características de una crisis de bienes: desde escasez de envases para vacunas, chips de computadoras e incluso algunos alimentos. Comparte también una respuesta de descontento como en la década de 1840 frente a la incompetencia de los gobiernos para brindar respuestas eficientes.

En EE.UU. la primera respuesta a la pandemia fue desastrosa y apenas con la vacunación este país pudo estabilizarse. Boris Johnson en Reino Unido tuvo un momento de incertidumbre en su partido luego de que enviara señales contradictorias sobre medidas sanitarias. En el caso de la UE, las primeras medidas fueron aplaudidas, pero la burocracia e intereses políticos no lograron coordinar un plan de vacunación efectivo. El buen ejemplo se encuentra en Asia, principalmente en China, a pesar de que ahí se originó el COVID. El gobierno de Xi Jinping fue eficaz en medidas de cuarentena y vacunación, y ayudó también a países en desarrollo. Igual que durante la primera ola de globalización de 1840, los Estados deberán tomar ejemplos del exterior, no encerrarse en medidas proteccionistas.[11]

Lo anterior con una importante diferencia. Esta vez, la interdependencia global es más amplia y no se limita sólo a Occidente ni al Norte. Deben impulsarse iniciativas como COVAX, el programa de donación de vacunas para países en desarrollo, para evitar que la desigualdad se profundice. Se deberán tomar medidas de cooperación más allá de las potencias, esto incluye un esfuerzo por parte de Europa y EE.UU., pero también de China, Rusia y otras potencias regionales.

Por último, parecido a lo que sucedió en las crisis anteriores, la tecnología jugará un rol importante. En su momento fueron igual de relevantes el barco de vapor, el ferrocarril y la electricidad, así como las computadoras y los sistemas financieros internacionales; hoy lo son el big data y el internet. La tecnología digital, la inteligencia artificial y el internet de las cosas serán catalizadores para esta nueva ola de globalización.[12]

Al centro de esta tecnología está la información. Se trata de la nueva ventaja competitiva y un nuevo recurso para la productividad. Además, su única limitante es el control unilateral de los gobiernos, lo que mantiene en aislamiento a estados como Corea del Norte y representa una fuerte debilidad para la competitividad de China. No obstante, para evitar el robo de información y garantizar su buen manejo, es necesario actualizar los instrumentos internacionales de un sistema que tiene 75 años. Si EE.UU. o China, que se perfilan como las hegemonías de este nuevo recurso, no diseñan un marco para regularlo, el otro lo hará.[13]

La información va incluso más allá en la productividad y equiparación de precios. Como explican Matthew Slaughter del Dartmouth College y David McCormick, CEO de la firma de macro inversiones Bridge Water Associates, el aumento en el uso de datos tiene un gran potencial económico y social por una razón:

Los datos son lo que los economistas llaman bienes “no rivales”. Casi todos los bienes y servicios son “rivales”, lo que significa que su uso por una persona o empresa excluye su uso por otra. […] Pero los datos pueden ser utilizados simultánea y repetidamente por cualquier número de empresas o personas sin que disminuyan. La noción generalizada de que “los datos son el nuevo petróleo” pasa por alto esta diferencia económica entre ambos. La información puede impulsar la innovación una y otra vez sin que se agote, más como un suministro de luz solar […] que de petróleo.[14]

La soberanía ha sido la principal herramienta de los Estados para maniobrar la globalización, pero a medida que avanza la tecnología digital, pierden esta herramienta puesto que la información no se encuentra en un entorno físico; al menos hasta que la regulen.

En concreto, el impulso de la globalización del siglo XIX se enfocó en la productividad, en el comercio y las industrias. En el siglo XX se centró en las instituciones, tanto internacionales como bursátiles. El siglo XXI tendrá una integración aún más profunda, centrada en los individuos y la información vinculada a ellos. Los elementos del presente, aunados a los ejemplos del pasado, proyectan una nueva ola de globalización y permiten concluir que los Estados siempre fueron freno de su propia globalización –permitiendo que se fortaleciera o debilitara su interacción con otros actores internacionales–, pero jamás consiguieron eliminarla. La pandemia actual tampoco lo logrará.

Fuentes

    [1] José Déniz Espinós, “Populismo en un contexto de crisis, globalización y nacionalismos”, Ola Financiera Septiembre, núm. 31 (2018): 75–99.

    [2] Leika Kihara y Daniel Leussink, “Here’s how coronavirus has affected Asia’s factories”, World Economic Forum, 2020, https://www.weforum.org/agenda/2020/04/asias-factory-activity-coronavirus/.

    [3] Kevin O’Rourke y Jefrey Williamson, Globalization and History: The Evolution of a Nineteenth Century Atlantic Economy (United Kingdom: The MIT Press, 1999).

    [4] Francois Bourguignon, La globalización de la desigualdad (Ciudad de México: Fondo de Cultura Económica, 2017).

    [5] Karl Marx y Friedrich Engels, Manifiesto del Partido Comunista, Kindle 1ª ed (Siglo XIX, 2012).

    [6] Harold James, “Globalization’s Coming Golden Age”, Foreign Affairs 100, núm. 3 (2021): 10–19, https://www.foreignaffairs.com/articles/united-states/2021-04-20/globalizations-coming-golden-age.

    [7] Ibid.

    [8] Robert D. Hormats, “Abraham Lincoln and the Global Economy”, Harvard Business Review, 2003, https://hbr.org/2003/08/abraham-lincoln-and-the-global-economy.

    [9] Pedro Cavalcanti Ferreira, Samuel Pessôa, y Marcelo Rodrigues dos Santos, “Globalization and the industrial revolution”, Macroeconomic Dynamics 20, núm. 03 (2016): 643–66, https://doi.org/10.1017/S1365100514000509.

    [10] Kai Ryssdal, “How an oil shortage in the 1970s shaped today’s economic policy”, Marketplace, 2016, https://www.marketplace.org/2016/05/31/how-oil-shortage-1970s-shaped-todays-economic-policy/

    [11] Xifeng Wu, Xiaolin Xu, y Xuchu Wang, “6 lessons from China’s Zhejiang Province and Hangzhou on how countries can prevent and rebound from an epidemic like COVID-19”, World Economic Forum, 2020, https://www.weforum.org/agenda/2020/03/coronavirus-covid-19-hangzhou-zhejiang-government-response/

    [12] Derek Hrynyshyn, “Technology and Globalization”, Studies in Political Economy 67, núm. 1 (2002): 83–106, https://doi.org/10.1080/19187033.2002.11675202; Ajit Singh y Rabul Dhumale, “Globalization, Technology and Income Inequality: A Critical Analysis”, en Inequality, Growth and Poverty in an Era of Liberalization and Globalization, ed. Giovanni Cornia (New York: Oxford University Press, 2004), 145–65.

    [13] Matthew J. Slaughter y David H. McCormick, “Data Is Power”, Foreign Affairs 100, núm. 3 (2021): 54–62, https://www.foreignaffairs.com/articles/united-states/2021-04-16/data-power-new-rules-digital-age.; Matthew Kavanagh et al., “Ending pandemics: U.S. Foreign Policy to mitigate today’s major killers, tomorrow’s outbreaks, and the health impacts of climate change”, Journal of International Affairs 73, núm. 1 (2019): 49–68.

    [14] Ibid.


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